5.12.10

Del amor a la Patria

En mi reciente viaje a la República Oriental del Uruguay se me hizo más evidente de lo usual esa particular sensación que pareciera transformar involuntariamente mi apacible personalidad. Generalmente tranquilo, de pronto me urgía la necesidad de sobrepasar a los locales con el auto. Puede parecer un ejemplo muy específico, pero me hizo volverme consiente de aquel sentimiento, ese que vuelve al más manso de los hombres en un ser altanero, soberbio y despreciable: el saberse superior, mejor, más inteligente, rápido y bello; el dulce orgullo de ser argentino.
Sin el objetivo de menospreciar al uruguayo, es menester aclarar que esta sensación no se hace presente únicamente del otro lado del charco. Los mismos venenosos pensamientos infectaron mi mente cada vez que puse pie tras la cordillera, la vez que fui a Mexico (y eso que era mucho más joven que ahora) e incluso en el viaje que hice con mis compañeros de colegio a Brasil. En cada una de esas situaciones, el Obermensch que me creía podía más y me dominaba, al menos intelectualmente. Y para que no queden dudas de que esto podría tratarse de una egolatría individual propia debo repasar las tantas veces que esa sensación no me invadió: mis vacaciones a la provincia de Córdoba; cuando abandoné mi ciudad natal para mudarme a Capital Federal; ni en esos veraneos en alguno de los tantos balnearios bonaerenses; ni siquiera en los drive-through por pequeños e humildes pueblos del interior. Los datos hablan por sí solos.
A lo largo de mi vida pude identificar cual es el máximo exponente de la “idea estadounidense”, ese factor en el que me animo a fundar los cimientos de su éxito pólitico-económico: el extremo nacionalismo que se apodera tanto del norteamericano promedio que llega a parecer que no son los hombres quienes lo expresan, sino que es aquel el que se expresa por medio de estos. Este sentimiento de pertenencia a un grupo muy selecto de individuos es el que ha logrado mantener unido y funcionando a una sociedad de origen tan disímil sobre un territorio tan extenso (incluso durante la Guerra Civil) y es el que ha logrado demostrar su superioridad frente al resto del mundo.
Siempre estuve convencido de que ese debe ser el procedimiento a seguir para fortalecer a un Estado. Unificar a pueblo bajo una conciencia de igualdad entre nosotros y superioridad frente al resto; de orgullo frente a nuestros logros y altanería ante los del resto; un país federal y nacionalista. Hasta este momento habría asegurado que en Argentina esto no era así; ahora me animaría a sugerir que el etnocentrismo argentino tiene un gran parecido al estadounidense con una fundamental diferencia: el nuestro se ha quedado a medio camino. El argentino promedio tiene la reacción adecuada según esta línea de pensamiento hacia los extranjeros ( viveza criolla, las frases como “Ves que ellos tampoco…” o “Eso en Argentina no pasa”) pero falla en su comportamiento con respecto a sí: considera a los suyos (cuando no a sí mismo) como corruptos, vagos, oligofrénicos. Difícil unificar al país con pensamientos tan tóxicos y violentos.
Sin embargo, es curioso como aquella sensación de superioridad se exacerba particularmente en los países de habla latina (ni siquiera España se salva, menos ahora) y suele difuminarse en aquellos en los que la barrera idiomática filtra el acceso a su cultura: no sólo en la Europa anglosajona, en donde las cosas “funcionan” y las leyes “se cumplen”, sino incluso hasta países como la India o China pueden provocar en el hombre argentino una alabanza hacia la eficiencia de lo diferente. Parafraseando a Diego Capussoto: “hay una cosa en la que todo argentino se quiere convertir algún día: un estadounidense”.


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7.9.10

Acerca de la protesta huelguista

 El tema que expongo a continuación puede ser precursor de acaloradas discuciones e iracundos agravios; sin embargo, me limito a desarrollarlo muy brevemente, arriesgándome a las posibles críticas y defenestraciones que tan simplista explicación pueda acarrarme. Sepan disculparme.

 Me resulta altamente molesto el idealismo in extremis de los militantes que pregonan la incestante búsqueda de la justicia social (término utilizado en este caso ajeno a los parámetros peronistas, notesé), enfrentándose a los miembros de los sistemas burocráticos de las instituciones en que participan; por ejemplo, el gobierno de una nación que no cumple con sus funciones. En el caso empírico que me limito a analizar (y que no mencionaré aquí para no herir sensibilidades), un sector que debería ser administrado por el Estado nacional, o representantes de este, se encuentra con una gran deficiencia presupuestaria, situación que es ya de larga data, y sus miembros deciden tomar esta institución e interrumpir así su funcionamiento hasta que vean sus necesidades satisfechas. Sin embargo, no se detienen ahí, sino que cortan las calles, produciendo un caos en la circulación vehicular, para hacer de su protesta una expresión exaserbada. Es decir, como el gobierno no tiene consideración (por hablar con propiedad) por el sector que debería administrar correctamente, este sector tampoco tiene consideración con el grupo de trabajadores y ciudadanos honestos, que nada en absoluto tienen que ver con la situación que aquella institución está atravezando. Hablando mal y pronto, son la misma clase de basura que los miembros del gobierno que tanto defenestran, sin ningún tipo de relación solidaria con el resto de la humanidad.

 Y tampoco queda claro que es lo que pretenden, al interrumpir el tránsito; el Estado no pierde más o menos dinero porque la institución no funcione: invierte el mismo dinero, solamente que no pasa nada. Los únicos perdedores en esta situación son los huelguistas, que de esta manera menos van a poder ayudar a cambiar el país en el que viven; o aquellos que se ven obligados a sumarse a la huelga, a su pesar.

 Definitivamente, el conductor de taxi que ve su trabajo afectado no va a sumarse a la causa de los protestantes simplemente porque lo molestaron, y va a ir a quejarse al gobierno para que se le aumente el presupuesto a esa institución porque sino él no puede trabajar en paz. No hay conexión lógica entre una y otra cosa, y no hay dudas de que la peor forma de ganar adscriptos es la mencionada.
 Habría que buscar formas diferentes de expresar sus protestas. Por lo menos, asi lo veo yo.


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6.9.10

De la ciencia política

 El estudio  y teorización acerca de las ciencias políticas es un despróposito mayúsculo en el accionar de la humanidad. La comparación más sencilla que se me ocurre para ejempificarlo es comparándolo con el análisis que se puede realizar de un evento deportivo: tanto si se lo lleva a cabo antes como después de haber tenido lugar, no tiene ningún efecto en absoluto en el desarrollo del evento.

 Al referirme a esto quiero puntualizar que, y según la teoría materialista-histórica, las ideas no guían el accionar de las sociedades, sino que los grupos humanos hacen, y recién entonces se puede pensar en ello. Por ende, cualquier reflexión a posteriori no tiene ningún efecto sobre la realidad, puesto que esta ya ha ocurrido.

 Por supuesto que las teorías políticas son muy útiles en las vastas ocaciones en las que los seres humanos tenemos la oportunidad de moldear los sistemas de gobierno y administración de países y Estados a nuestra propia voluntad, y podemos organizar la sociedad según lo que nos resulte óptimo y eficiente... Sin embargo, fuera de esos casos la regla no aplica. Porque, exceptuando las oportunidades en que un solo hombre tiene la posibilidad de armar un gobierno desde cero y a su gusto, los sistemas políticos se van construyendo producto de largos procesos históricos, en los que influyen infinidad de valores y accionares de incontables hombres y mujeres. Naturalmente, una vez que esto haya, finalmente, sucedido, y una nueva forma de gobierno se alze, el estudio de la historia de las ciencias políticas estará ahí, para decirnos por qué, por quién y cómo eso sucedió de esa manera; pero no podrá cambiar lo sucedido, ni para mejor ni para peor.

 Así -concluyo- lo importante, al menos en mi parecer, son los hechos, y como tales, son, también, lo más interesante, lo que REALMENTE ocurrió.


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16.8.10

Sobre soledad y sociedad

 ¿Cuándo es un hombre verdaderamente él mismo? ¿En soledad, o en sociedad? Es indudable que los comportamientos en cada ambiente varían, y si bien diferentes personas se sienten más cómodas en uno u otro, la duda aún persiste.

 Es cierto que un hombre que vive solo (esto es, completamente solo, al estilo de "abandonado en una isla desierta" solo) no se encuentra inhibido ni cohersionado por la opinión social, está libre de máscaras. Puede actuar sin pensar en las consecencias que puede ocasionar sobre otros, y sin importarle como esos otros podrían llegar a actuar en respuesta. Un ejemplo del día a día podría ser el hombre que canta en la ducha, cuando nunca lo haría frente a otras personas; pero no porque no se anime, sino porque su personalidad no le permite proponérselo. Sin embargo, es cierto también que aquel que vive en asilamiento eventualmente perderá la cordura (generalización) e intentará inconcientemente crear amigos imaginarios con quien interactuar y hablar, por lo que podríamos deducir que la relación social es una necesidad innata en el hombre. La sociología define al hombre como "un ser social"; por supuesto que esto no está totalmente libre de intencionalidad, pero puede ser considerado como hecho relevante. Otro ejemplo de esto ocurre en la infancia, cuando tantos/as niños/as crean amigos imaginarios para afrontar su soledad, evidentemente insatisfactoria.

Por el otro lado, nuestra identidad entera es construida por el yo reflejado, esto es, por lo que la sociedad espera de nosotros y que cada uno le retribuye. Necesariamente somos educados según los parámetros de los tiempos en que existimos, y si hubiésemos existido en otro tiempo, por más que hubiéramos sido nosotros mismos, habríamos sido diferentes. Entonces, ¿podemos ser seres aculturales? Levi-Strauss, uno de los antropólogos más reconocidos, diría que no. Necesariamente nos formamos con una determinada cultura, y con sus prejuicios y espectativas, por lo que "uno mismo" nunca es realmente "uno mismo", sino "uno mismo en esta cultura". ¿Se puede ser como uno verdaderamente es, frente a los demás, liberándose de las enseñanzas de la socialización primaria? Es muy difícil, principalmente porque no podemos estar seguros de que estamos siendo "nosotros mismos" ni siquiera cuando estamos en soledad; es circunstancial, somos notas al pie de la historia que aclaran lo que somos, y que podrían haber sido otra cosa.

 Indiferentemente, es cierto que no nos comportamos de igual manera frente a cada grupo social. Curiosamente, uno no habla de la misma forma a un pariente, a un amigo, o a un nuevo conocido. Pero un mayor nivel de intimidad no significa mayor nivel de "personalidad real". Porque las personas estamos compuestas por diferentes planos de relación, lo que indica ya no la existencia de un solo tipo de relación a distinto grado. Entonces, no es que no podemos definir nuestra personalidad escencial porque no tenemos ninguna, sino porque tenemos demasiadas, tenemos incluso más de las que llegaremos a notar a lo largo de nuestras vidas. Lo importante en este caso no es ya ser "nosotros mismos", sino ser simplemente "nosotros", ser excepcionales y no uno más, resistiéndonos a caer en la alegre solidaridad de los imbéciles. Porque es en la individualidad en la que somos nosotros, más allá de serlo en sociedad o en soledad.


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6.8.10

Acerca de trabajo y capitalismo

 Todos los animales son escencialmente idénticos: tanto el león (la leona, para ser justos) cuando sale a buscar su alimento, cazando a su presa para después llevarla a su guarida y alimentar a sus crías, hasta el ser humano, que sale todos los días en busca de la comida (o del dinero para comprarla, en las sociedades actuales) y vuelve para alimentar a su familia. La diferencia es una sola: mientras que en el primer caso se trata de instinto animal de supervivencia, en el segundo se lo llama trabajo. Y mientras los animales de menor desarrollo encefálico no se cuestionan sus instintos y su estilo de vida (simplemente porque no pueden), el hombre y el trabajo... bueno, dicho lisa y llanamente, nadie quiere trabajar (perdón por esta generalización); no por lo menos en un mundo en donde la enajenación de la actividad productiva nos lleva a tener que trabajar en aquello que no nos produce placer, en un trabajo forzado.

 Un día típico: a la mañana se despierta en su nido y sin perder tiempo salta en picado desde la rama dejando los pitidos de sus hijos atrás. Aterriza con destreza y, con pequeños y espasmódicos saltos y aleteos, logra atrapar en sus fauces a un desafortunado gusano que pasaba por ahí. Lo llevará devuelta hasta el nido, lo regurgitará, y sus crías tendrán algo para comer. Toda la secuencia no tomó demasiado tiempo, pero también es cierto que los beneficios que obtuvo no fueron significativos (después de todo, "sólo" consiguió alimentarse). Otro día típico: se levanta más temprano de lo que quisiera para tener tiempo de vestirse y despertar a su prole, los lleva hasta un establecimiento en la que alguien les enseñará a comportarse como individuos propios de su especie, y se dirige a su ambiente de trabajo. Ahí pasa varias horas realizando actividades que poco o nada tienen que ver con la obtención del alimento indispensable para la vida: trabaja frente a una computadora, sumando y restando, llamando a clientes y asisitiendo a conferencias. Después, con pocas energías restantes, pasa por un mercado en dónde puede adquirir el producto del trabajo de otros seres de su especie, un trabajo más relacionado con la obtención de alimentos, y luego vuelve a su casa, en la que ya le esperan sus hijos porque otra persona se había ocupado de pasarlos a buscar. Cocina la comida que acaba de comprar y, luego de alimentarse, lava la vajilla que uso para ello. Esta secuencia fue un poco más larga, prácticamente un día entero, pero los resultados alcanzados son ampliamente superiores y mucho más significativos que en el primer caso (probablemente a este último individuo le quede algo de tiempo antes de irse a dormir para poder apreciar/ver sin interés alguna producción cultural de su especie, en aquella producción tecnológica de su especie; una ventaja inconmensurable, sin dudas). El reto es identificar en qué caso se trataba de un ser humano, y en cuál de un pájaro; una pista, en los países orientales hay mucha gente que se alimenta de gusanos y otros insectos.

 Queda claro que el homo sapiens sapiens tiene la habilidad (cuando no la necesidad) de otrogarle un valor abstracto a todas las cosas, algo que ninguna otra especie puede hacer. El problema es que es importante de vez en cuando tomar distancia para poder analizar si ese valor está realmente fundado. Esta propuesta no es nueva, pero vale la pena recordarla; estoy convencido de que la constante suspicacia reflexiva es la única forma de encontrar la verdadera felicidad (además, no me queda otra, no tuve la suerte de nacer con la bendita maldición de la propia ignorancia ignorada).

 Para este punto asumo que no debe quedar ninguna duda acerca de que es una verdadera duda la superioridad del humano entre la vida terrestre. Podría decirse que es hora de desmitificar el hecho de que es gracias a nuestra inteligencia que somos lo que somos, sino que es por culpa de ella que esto es así. El hombre debe ser la única especie cuya arma/herramienta evolutiva se ha vuelto en su contra, y lo más irónico de todo es que la única forma de oponérsele que parece viable es volvernos cada vez más inteligentes y concientes (por supuesto que volvernos más y más estúpidos sería una solución, pero está fuera de toda discusión. Además, ya estamos demasiado adentro del hoyo como para intentar volver).

 En todos los animales existen jerarquías, eso es indudable. Desde las hormigas, que parecerían ser de los seres más comunistas, hasta los simios, tienen jerarquías. Sin embargo, hay una sola especie en la que esas diferencias no se justifican genéticamente... Como caricaturicé anteriormente, a nadie le gusta trabajar. Pero lamentablemente, a diferencia de los leones (ahora si, el macho), algo tenemos que hacer, so riesgo de aburrimiento absoluto. Esto no quiere decir empero que mientras lo que unos hacen sea divertirse y disfrutar, otros tengan que aforontar trabajos monótonos, tediosos y estresantes para poder vivir una vida que no vale la pena vivir solamente para recibir aparentes recompensas de satisfacción, como ver una película cuyo metamensaje escapa a su entendimiento. Aclaro que no soy comunsita ni mi intención es en absoluto (tampoco creo que pueda hacerlo) producir un cambio de sistema económico; lamentablemente, porque no creo que el actual sea el correcto, y afortunadamente, porque tampoco estoy seguro de cuál sí lo sería. Mi objetivo es a la vez mucho más simple y mucho más complejo: un cambio en la mentalidad. Tomar el trabajo con el ejemplo del mundo animal: una parte indispensable de la vida, pero no por ello la fundamental. Así como los animales "inferiores" tabajan poco tiempo al día, a veces incluso no más que minutos, los seres humanos, como animales que somos, tenemos en nuestras vidas muchos planos que se disocian del plano laboral, sólo que por la educación que hemos recibido y el mundo en el que hemos crecido nos cuesta más encontrar los límites entre ellos. Yo todavía no los he encontrado, pero que no queden dudas de que estoy reflexionando al respecto.


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23.7.10

Acerca de lo absoluto del tiempo

  Albert Einstein diría que todo es relativo, y nada es absoluto, incluso la velocidad que concebimos del tiempo: si lográramos viajar a la velocidad de la luz, el tiempo se volvería infinito, y con una sola exhalación nuestra, millones y millones de años pasarían, y todo lo que conocemos de la existencia habría de desaparecer. Sin embargo existe otra teoría; es cierto que tal vez menos científica y más filosófica, pero válida de todas formas. En ella la velocidad del tiempo se torna indiferente; lo crucial, lo verdaderamente significativo es que, independientemente de su velocidad, el tiempo siempre avanza, siempre está en movimiento, y no puede ser detenido, porque si así lo fuera, dejaríamos de pensar en él.

   El tiempo es el que permite que sucedan los cambios; de hecho, el tiempo es el único culpable de que las cosas cambien, el tiempo es cambio inevitable. Y si algo no puede evitarse, si algo no puede cambiarse, entonces es como si ya hubiese sucedido. ¿Cuánto tiempo tardan en transcurrir diez años? No importa, porque, pase lo que pase, si eso va a llegar inevitablemente, entonces ya sucedió, y no vale la pena preocuparse por ello. Los momentos no se perpetúan, sino que se suceden uno al otro, irrefrenablemente. Por ende, la velocidad del tiempo es inmediata.

   Y aquello inevitable, que el correr del tiempo no puede afectar, ajeno al ineluctable cambio que conlleva el tiempo, está, necesariamente, fuera del tiempo mismo, es "eternamente inmediato", como la muerte, ¡desdicha fuerte!. Por más que intentemos aplazarla, es ineludible; cualquier duda se aplaca tan solo con preguntarle a la Europa posterior a la Peste Negra... Por más trágico que suene, desde que nacemos no estamos muriendo, sino que estámos ya directamente muertos. Ahora, es sabiendo esto como podemos entender que nuestra percepción de la muerte si puede mutar, y podemos usar esto para enriquecer nuestras vidas.

               

           Mefistófeles.-Ningún deleite le satisface, ninguna dicha le llena, y así va sin cesar en pos de formas cambiantes. El último, el mísero, el vano momento ansía retenerlo ese infeliz. Aquel que tan tenaz resistencia me opuso, queda dominado por el tiempo: el viejo yace ahí en la arena. Párase el reloj...

           El coro.-¡Se para! Callado está cual la medianoche. Cae la manecilla.

           Mefistófeles.-Cae; todo está consumado.

           El coro.-Se ha acabado.

         Mefistófeles.-¡Acabado! ¡Necia palabra! ¿Por qué acabado? Acabado y pura nada son exactamente lo mismo. ¿Para qué nos sirve, pues, el eterno crear? Para reducir a la nada lo creado. ¡Conque acabado! ¿Qué se ha de argüir de eso? Es como si ello no hubiese jamás existido, y, sin embargo, circula cual si existiese. En su lugar, prefiriera yo el vacío eterno. (von Goethe, Johann W., en Fausto, 2da. parte acto quinto, Ed. Altaya, Barcelona, 1994).


   Por último, y para terminar de entender esta concepción, valdría la pena definir al tiempo, y tal vez la forma más clara y sencilla de hacerlo sea con una metáfora: porque el tiempo no es la arena cayendo (inapresible, inaprehendibe, incomprensible, porque todo eso no está sucediendo, si no que por ser inevitable ya sucedió), sino darle la vuelta al reloj, y darse realmente cuenta de toda la arena que ya había caído. Así, todo lo que vivimos es pasado, desde las infinitésimas de segundo que tarda la luz en rebotar desde los rostros de nuestros conocidos hasta nuestros ojos, hasta los millones de años que la luz de lejanas estrellas tarda en recorrer las galaxias hasta nuestro planeta. ¿Cuánto tiempo falta para descubrirnos sopesando las decisiones de nuestras vidas? ¿o recordando hechos remotos que en algún momento creíamos que nunca jamás llegarían?

   El taoísmo zen tiene una teoría interesante: según ella, no somos lo que queremos ser ahora, sino lo que buscábamos ser en el pasado. De esta manera, podemos intentar vivir el futuro desde el presente, para tomar decisiones de las que, llegado ese momento inevitable, no arrepentirnos. Propongo, para cerrar, una reflexión que me pareció significativa; si bien sacado de contexto, vale la pena tenerlo en cuenta. Forma parte del discurso de una relativamente nueva corriente sociológica, la sociología reflexiva: 

                     

                     "...los hombres deben aceptar como auténticos sus talentos específicos, sus variadas ambiciones y su experiencia en el mundo. [...] Cuando hombres comunes y grandes consigan esto, unos y otros comprenderán que el valor de su contribución humana basta para justificar sus vidas." (Gouldner, Alvin; "La sociología reflexiva", en La crisis de la Sociología Occidental, Cap. 13, Ed. Amorrutu, BS. As., 1970)

                     "...El sentido trágico no deriva del sentimiento de que los hombres están siempre por debajo de lo que la historia y la cultura exigen; deriva, más bien, del sentido de que se han traicionado innecesariamente a sí mismos, que han renunciado innecesariamente a realizaciones que no habrían perjudicado a nadie; deriva del sentido de que han sido menos de lo que podrían haber sido...". (Ídem)*


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*El texto original no citaba estos últimos tres elementos en el orden en que se enumeran en mi cita; me tomé la libertad de modificarlo para concederle un poco más de teatralidad (N. del R.).

15.7.10

Un análisis deportivo

Debo aceptar que, muy a mi pesar, el pronóstico que estimé pocos días antes del comienzo de la copa del mundo, según el cual España y Holanda se efrentaban en la final, con ulterior victoria del primero, terminó por concretarse; repito, muy a mi pesar. Porque lo cierto es que, si bien en la previa debía admitir que la selección española era la que mejor fútbol jugaba, varios factores que tuvieron lugar durante el mes de Junio me llevaron a un radical cambio de opinión. Factores que terminarían por determinar lo que fue (independientemente de mi edad) el peor campeonato mundial de fútbol desde el año 1929. Para que no queden dudas.

Lamentablemente, es imposible iniciar cualquier análisis serio de este torneo sin hacer mención al mal arbitraje; cualquiera que esquive este tema lo hace porque en algo está entongado. Y que conste que lo catalogo como malo simplemente porque no existen las palabras para definir las aberraciones que se han cometido, y prefiero seguir con otras cosas a perder el tiempo intentando encontrarlas. Sin lugar a dudas, los fallos arbitrales (nunca mejor dicho) favorecen al mal juego: aquel que hace un golazo en buena ley y no se lo convalidan no puede hacer mucho más para ganar un partido; quien hace un gol en off-side sin haber hecho los méritos para ello no ayuda a mejor el nivel de los partidos. Esto lleva a un segundo aspecto de la cuestión: las vergonzosas excusas. 

Por un lado podemos observar especímenes como Diego Maradona, que critica a la FIFA cuando le es conveniente, y no por una cuestión de principios inamovibles. Por ejemplo, tomemos el partido contra México: antes, defenestró al árbitro de Alemania-Inglaterra por no cobrar el obseno gol convertido por los ingleses que habría cambiado completamente el curso del encuentro; después, con el 3-1 contra los centroamericanos consolidado, desestimó si el gol de Tevez había sido o no en off-side, aduciendo que el arbitraje tenía que centrarse en protejer a los habilidosos, amonestando a los rivales, y, llegado el caso, usar la teconolgía solamente para ver si la pelota había cruzado la línea de meta. Bueno, señor Maradona, yo le digo que el reglamento es uno solo, y como tal debe ser cumplido en su totalidad, y no únicamente los pasajes que a usted le viene a gusto. Eso parece ser empero práctica común y generalizada, como mencionaré más adelante: criticar al árbitro cuando se acaba de ser claramente favorecido por sus decisones para ocultar, al menos en parte, la evidente parcialidad del juez.

Por otro lado tenemos la lastimosa excusa que proporcona el señor (diría "senil", pero eso lo exculparía) Blatter, que inventa que al implementarse la tecnología no sólo se ralentizarían demasiado los partidos (como los encuentros de fútbol americano, que hasta donde yo sé son bastante populares), sino que la gente dejaría de discutir sobre fútbol en el día a día, porque no habría más polémicas ¿Desde cuándo Joseph Blatter se preocupa por que la gente tenga temas de los que hablar?  Más bien pareciera que con la aplicación de repeticiones que no dejen dudas a él se le acabaría el negocio (o negociado) de arreglar resultados según lo que venda más. Porque, ¿a quién en su sano juicio se le podría ocurrir que está bueno que haya injusticias nada más que para que la gente pueda discutir sobre ellas? A "Chiquito" Romero, pareciera, ya que está en contra de el uso de la teconolgía porque le quitaría "esa viveza". Habría que aclararle que tocar la pelota con la mano para obtener una ventaja extradeportiva no es ser "vivo"; eso es trampa, y está tan fuera del reglamento como participar del juego partiendo de posición adelantada o que la pelota pique dentro del arco y aún así no se cobre el gol. La "viveza", como él le llama, es sacar rápido un tiro libre cuando el rival está desconcentrado, o amagar salir para un lado y salir para el otro, o quitarle una pelota a un contrario desde atrás sin que este se dé cuenta siquiera. Hay una línea entre ambos términos, y no es tan delgada como la hacen parecer.

Y siguiendo con esta idea pero llegando ya a otro tema (los arbitrajes son indignantes, pero poco más hay para decir que no se haya dicho o no se sepa ya), es interesante distinguir lo que es trampa de lo que no. A veces la opinón monopólica (que también llega a los deportes, aunque no lo pueda creer) hacen que la gente no pueda pensar por su cuenta, y termina estando de acuerdo con lo que vende. Porque, y es hora de que alguien lo diga de una vez, Suiza no hizo trampa contra España. Tampoco fue mezquino, como diría Horacio Pagani, y tampoco fue un día en el que murió el fútbol, según palabras del mismo periodista. Al margen de que yo quería que España perdiera ese partido, no se puede decir que Suiza jugó mal. Suiza jugó lo que Suiza contra España podía jugar ¿O qué querían, que fuera con todo a atacar? Probablemente se habría comido 3 o 4, porque no le da para mantener ese estilo de juego. Sin embargo, jugando como lo hizo, no sólo matuvo su arco en cero, sino que incluso terminó ganando. ¿Eso es trampa? Que se acabe la mentira de que en el fútbol no hay merecimientos; si pateaste 20 veces al arco y no pudiste hacer un gol, no merecías hacerlo; si te metiste atrás, defendiste como una muralla, y tu delantero, de contra, la pudo embocar en la única chance que tuvo, entonces merecías ganar. Y punto. A llorar a la iglesia, que le dicen.

Hay un caso, de todas formas, en el que no gana el que lo merece: cuando el árbitro falla en su función. Porque si España hubiera hecho un gol contra Suiza y se lo anulaban mal por supuesto off-side, entonces Suiza no habría merecido ganar, sino que lo habría hecho con la complicidad de árbitro. Como la selección española, justamente. Porque en la final Andrés Iniesta tendría que haber sido expulsado por su exabrupto tras una infracción cometida a él, y en la jugada previa al gol español el absurdamente evidente corner para Holanda que el árbitro decidió no cobrar (no puedo creer que no lo haya visto) habría combiado las cosas. También hay que decir que, si bien el conjunto holandés no hizo trampa, se mantuvo en pie gracias al beneplácito del referee inglés. Porque, al menos en el primer tiempo, dos mediocampistas tendrían que haber sido detenidos en la comisaría de Johannesburgo al menos por la noche, y sin embargo jugaron los 120 minutos. Y cuando finalmente se decidió a expulsar a alguien, no había sido infracción (porque no lo fue, dejen de mentir y aprendar a jugar al fútbol). Sin embargo, a lo largo de todo el campeonato la selección española se dedicó a quejarse de los arbitrajes, cuando, exceptuando la final, era la única a la que favorecían unilateral- y constantemente. Con solo abrir un diario español tras cada encuentro en la bajada de la nota podía leerse la queja de al menos un penal no cobrado. Yo ví los partidos, y puedo aseverar que de los siete, solo uno fue penal, a duras penas, y cuando Xabi Alonso acababa de mal logar otro. Pero, como dije, quejarse cuando se es favorecido ayuda a pasar desapercibido.

Para concluir algo de todo lo anterior, creo que es inevitable que un periodista se vea influido por sus gustos e intereses a la hora de opinar, en este caso, sobre fútbol (en mi caso es más que evidente). Sin embargo, si no puede no haber comentarios tendensiosos y/o exitistas como los que abundaron en la final del mundial, entonces que haya dos periodistas tendenciosos opuestos, así puedo sacar mis propias conclusiones. Porque, por más de que todos me vayan a criticar, a mi me encanta como juegan los equipos de Mourinho, por dos razones: son inteligentes y estrategas para ganar sin trampas, y no despotrican contra los demás cuando pierden. Una cosa es que a nadie le guste pereder, y otra es echarle la culpa a los demás cuando esto lamentablemente ocurre.

Como punto final de este análisis quería aclarar que dejé deliberadamente de lado todas las estupideces que se decían cuando la pelota no estaba rodando, desde la triste fama de un molusco aleatorio hasta el cabaret de la selección francesa, porque no creo que valga la pena reflexionar sobre ellos (ni siquiera "flexionar") para alcanzar un mayor nivel futbolístico en cualquiera de sus aspectos. Y por último considero necesario aclarar el por qué de mi defenestración para con la selección de España: simplemente, les está yendo demasiado bien en todos los deportes, y eso les hace creer que pueden ser más agrandados que los argentinos. La verdad que me molesta bastante.

Sin más, finalizo esta trágica ironía; porque, en contraposición al título del artículo, en él hubo de todo menos fútbol (cada vez menos desde Francia `98), y así seguiremos mientras ni el periodismo ni Blatter y sus protegidos pierdan la soberbia que les hace creerse los últimos dueños de la verdad.

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14.7.10

Acerca de cómo el planeta nos necesita... Not!

Como siempre, antes de comenzar vale hacer una aclaración: el "Not" pronunciado en el título de este artículo no se refiere a la palabra alemana para situación de emergencia y/o necesidad imperante, sino a la negación inglesa, es decir, simplemente, "no".

Hace unas semanas noté en un supermercado de cadena internacional algo que me llamó la atención: la empresa había comenzado a comercializar unas bolsas reutilizables, bajo el motus de que al no ser de polietileno ni ser tiradas constantemente a la basura, no contaminan el medio ambiente. Y debajo, en el mismo cartel, ponía "El planeta nos necesita", probablemente para apelar a los sentimientos de los compradores, y motivarlos a sumarse a una causa de bien común y desinteresado. Pero, y entonces yo me pregunto, el planeta, ¿realmente nos necesita?

De hecho, concluí, no solo que no requiere de nuestra ayuda, sino que estaría mucho mejor sin nosotros. Por caso, ¿a qué fumador se le ocurriría pedirle a un cigarillo, que tanto daño le ha causado, que le cure y limpie los pulmones? Es un evidente despropósito entonces que los mismos hombres, que lo único que han hecho desde esa bendita/maldita (no voy a discutir esto ahora) encefalización es intentar adueñarse de la Naturaleza y moldearla a su gusto y "necesidades" aparentes, se adjudiquen el cargo de "saneadores de la Tierra". No, lógicamente el planeta necesita (si es que realmente lo necesita...) algo externo a ella (como un parche de nicotina); pero, fundalmentalmente, lo que primero precisa es dejar de fumar. Construyan las analogías como más prefieran (tal vez soy un medievalista asimoviano).

Indiferentemente a todo lo anterior, sirve abarcar el tema abstrayendo la situación (aunque técnicamente sería una des-abstracción). Tomar una piedra, una piedra cualquiera encontrada tirada en cualquier lugar, sumergirla en petróleo, rodearla con humo proveniente del caño de escape de un auto que carbura mal y acabar con todo tipo de vida bacteriológica sobre ella, ¿le producirá a alguien alguna sensación de empatía? NO, por supuesto que no; entonces, ¿por qué pasaría eso con la Tierra? Si esta no es más que una roca inerte (ya que no ejerce acción) que flota en el espacio como cualquier otro cuerpo celeste y algún día dejará de existir como cualquier otro cuerpo celeste por causas ajenas a nuestras acciones y no hay nada que podamos hacer para evitarlo ¿Por qué de repente al hombre le importa "cuidar" al planeta? Sería agradable decir que esto sucede porque hoy en día los avances tecnológicos y una mayor capacidad reflexiva nos permiten entender de mejor manera las consecuencias de nuestros actos, pero no sería verdad. Así que, yo sé por qué: porque el ser humano es un ser egoísta, y nunca antes se había interesado por la "salud" del medio ambiente hasta que empezó a peligrar su propia supervivencia. Y ni eso parece ser suficiente para que cambiemos nuestro estilo de vida. De hecho, algunas cadenas de supermercados llegan incluso a lucrar con ello...

Así como dicta el proverbio "Si un árbol cae en el medio del bosque ¿hace ruido?", al que la respuesta más probable sea "si", aunque yo no comparta esa opinión, podría extrapolarse a esta situación y decir "Si no queda nadie para sentir lástima por el fin de toda la vida que ha existido y existirá (debatible), ¿es, entonces, una lástima?" Después de todo, esa idea es de invención humana, y al Universo poco (de hecho nada) le importa:

"En algún apartado rincón del universo, desperdigado en innumerables y centelleantes sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales astutos inventaron el conocimiento. Fue el minuto más soberbio y más falaz de la Historia Universal, pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Tras un par de respiraciones de la naturaleza, el astro se entumeció y los animales inteligentes hubieron de perecer. Alguien podría inventar una fábula semejante y, sin embargo, no habría ilustrado suficientemente cuán lamentable y sombrío, cuán estéril y arbitrario es el aspecto que tiene el intelecto humano dentro de la naturaleza; hubo eternidades en las que no existió, cuando de nuevo se acabe todo para él no habrá sucedido nada. Porque no hay para ese intelecto ninguna misión ulterior que conduzca más allá de la vida humana. No es sino humano, y solamente su poseedor y creador lo toma tan patéticamente como si en él girasen los goznes del mundo. Pero si pudiéramos entendernos con un mosquito, llegaríamos a saber, que también él navega por el aire con ese mismo pathos y se siente el centro volante de este mundo." (Friedrich Nietzche, "Sobre verdad y mentira en sentido extramoral", 1873)

Milan Kundera notaría algo de lo que no me había dado cuenta: el hombre no es, como se suele creer, amo y señor de la Tierra, sino que el poder sobre la naturaleza le fue cedido para que lo administrase; hacia el final, deberá rendir cuentas por su administración. Porque difícilmente el caballo aceptaría gustoso, si pudiéramos preguntarle, pertenecer al hombre y que este sea su dueño; habría que ver qué sucedería cuando entremos en contacto con una raza extraterrestre a la que su Dios le haya otorgado el derecho a gobernar sobre todas las especies de los otros planetas, y nosotros nos acordemos, compasivamente y demasiado tarde, del pobre animal.


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4.7.10

Acerca de la ciencia de la filosofía

Es importante que quede claro que no pretendo con esto plagiar a nadie; todo lo escrito a continuación proviene de mi propio razonamiento reflexivo (más allá de las inevitables influencias inconcientes que siempre están). Es posible que debido a mi escasa lectura filosófica haya pasado por alto algún autor que haga de este texto una mera paráfrasis. Repito, que no tengo esa intención, y de ocurrir no hay nada que pueda hacer para evitarlo. En segundo lugar, es de reafirmar que esto es un entendimiento propio, y con el que muchos pueden dicernir. Bienvenidos sean; pero considerando que, como decía Aristóteles, "es preciso que los que quieran juzgar sanamente la verdad se conduzcan, no como adversarios, sino como árbitros".

Y ya que comencé con Aristóteles, voy a aprovechar para seguir con él. El mencionado filósofo, entre sus incontables propuestas, catalogó a la filosofía como la ciencia soberana, superior a todas las otras ciencias por numerosas razones, de las cuales, sin embargo, sólo una llamó particularmente mi atención: "...aquella [ciencia] que se busca por sí misma, sólo por el ansia de saber, es más filosófica que la que se estudia por sus resultados [...] El que quiera estudiar una ciencia por sí misma, escogerá entre todas la que sea más ciencia [...] Y que [la filosofía] no es una ciencia práctica [...] Es por tanto evidente, que ningún interés extraño nos mueve al estudio de la filosofía" (Metafísica). Esto, por el contrario, no es cierto. La filosofía, como todas las ciencias, tiene una aplicación práctica aparte del "concimiento por el conocimiento mismo", y no saber eso es lo que la convierte en la ciencia más peligrosa de todas. Su objetivo radica en satisfacer una necesidad individual nacida de una ineterrogación social. En la Antigua Grecia, podríamos decir que esa necesidad era la de explicar la naturaleza, el origen de la existencia y su sentido; y la filosofía estaba en pos de ella.

Hoy en día, con el paradigma dominante de las ciencias naturales, muchas cuestiones pudieron ser explicadas (al menos por ahora) según nuestra forma de concebir la realidad, y fueron por ello desligadas del objeto de estudio de la filosofía, como por ejemplo el origen del Universo. Ahora esta ciencia debe satisfacer nuevas necesidades, sumadas a aquellas que todavía no se ha podido "resolver". Existe un relato que valdría la pena citar, y que iba algo así: Cuando el Diablo tenía que esconder el secreto del sentido de nuestras vidas en el Universo, pensó primero en hundirlo en el fondo del Mar, pero tras entender que algún día los hombres inventarían máquinas para sumergirse en las profundidades y lo encontrarían, decidió buscar otro lugar; pensó luego en esconderlo en el centro de la Tierra, pero imaginó que cuando los hombres lograran desarrollar la tecnología para llegar hasta allí, también lo encontrarían; por último pensó en esconderlo en el punto más recóndito del espacio, pero, de nuevo, cuando los hombres inventaran la forma de conquistarlo volverían a encontrarlo. Entonces fue cuando alguien le dijo que lo escondiera en el único lugar en el que nunca lo encontrarían, en el único lugar en donde nunca buscarían, en sus corazones (El texto original no es exactamente como se presenta, pero considero las adaptaciones apropiadas al tema en discusión). Hoy en día, la ciencia filosófica ha evolucionado, no busca ya entender la naturaleza sino el ser del hombre en la sociedad, cuestiones que antes no se había preguntado o no preocupaban tanto como en la actualidad. Por ende, la filosofía tiene una aplicación y es la de encontrar respuestas para las inquietudes e incógnitas sociales para las que los otros ámbitos de la vida no han encontrado respuestas, y no está libre de intencionalidad. "El hecho de que la sociedad sienta una necesidad técnica, estimula más a la ciencia que diez universidades" (F. Engels: carta a H. Starkenburg, 1834). 

Creo que es importante tener esto en consideración, para estar atentos de no fabricar una filosofía funcional a un sistema en particular, sino que realmente nos permita alcanzar verdades absolutas, libres de la necesidad de explicación eventual-temporal. Aunque es probable que esto último sea tal vez impracticable.


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15.6.10

Acerca de un estudio no científicamente corroborado sobre el bostezo

Tras largos estudios e investigaciones exhaustivas acerca del bostezo (para aquel que desconozca a que me refiero, tenga la deferencia de buscarlo en un diccionario, ya que no es materia de este trabajo definir su objeto de estudio), he llegado a la conclusión de que dicho proceso puede ser diferenciado entre dos tipos, los cuales pasaré a descibir a continuación.

En primer lugar existe el bostezo común, que, como su nombre indica, es el más comúnmente observado en la gente. Entre sus características pueden encontrarse como principal el hecho de que, si bien parece incontrolable, no lo es en absoluto; se trata en cambio sólo de una especie de impulso, un incentivo que no termina por sí mismo lo que empieza, sino que es el individuo el que tiene que, inconcientemente voluntario, buscar completar el bostezo. A veces puede llegar a estresar los músculos que rodean la mandíbula, dejando una sensación rara, incómoda, queriendo llevar el bostezo un poco más allá. Tal vez sea ese mismo su propósito, inducir al bostezador a irse a dormir.

Sin embargo, he comprobado por propia experiencia la existencia de otro tipo de bostezo, al que he dado en llamar `tipo perfecto´. Este tipo es difícil de imaginar si nunca se lo ha tenido, y sólo aquel que lo siente puede diferenciarlo del primero. Su característica fundamental, y creo que aquí radica la principal diferencia entre ambos bostezos, es que este es realmente incontrolable; una vez que comienza, el cuerpo se encarga automáticamente de completarlo, por lo que también podríamos catalogarlo como bostezo físico, en contraposición al bostezo psicológico. Así, no sólo se presenta el inicio del ciclo, la inhalación exagerada, sino que también la exhalación. Otra característica observable en este tipo perfecto es que necesita tanto oxígeno que lleva a abrir la boca del individuo a un punto máximo, llegando incluso a producir la sensación de microdesgarros. Sin embargo, este tipo de bostezo no es perfecto arbitrariamente, sino que fue definido de tal manera por equivaler en sí mismo a varias horas de sueño y producir una de las sensaciones más agradables, como la que puede tenerse tras una siesta en verano; tanto así que después de experimentar uno es practicamente inevitable sonreir de relajación (probablemente el alto nivel de O2 ingerido tenga algo que ver en este efecto sedativo; no he avanzado tanto en mis estudios).

Tras extensas experimentaciones, muchas de ellas fallidas, creo haber encontrado la manera más factible de provocar un bostezo perfecto a voluntad, algo nunca antes logrado. Al experimentar un bostezo común o normal, evitar concientemente exhalar el aire inspirado, guardando el O2 adentro del cuerpo. Inmediatamente después el cuerpo debería intentar compensar esta anomalía, forzando un nuevo bostezo, aunque esta vez un bostezo físico o involuntario. Por supuesto que esto sólo se comprobó haberme funcionado a mí, y está la posibilidad de que esta condición sea diferente en cada persona.


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8.6.10

Acerca de por qué no creo en los aniversarios

Supongo que en este caso no es necesaria una extensa introducción al tema, ya que el título parece ser lo suficientemente autoexplicativo; sin embargo, me gustaría mencionar antes que nada que lo expuesto a continuación no intenta quitarle el valor simbólico que poseen todas las relaciones humanas, tanto sujeto-sujeto como sujeto-objeto, y que podemos extrapolar desde el planteamiento de la intrascendencia ontológica de las fechas, sino que trata de ser simplemente una introducción al análisis que nace del cuestionamiento de la creación y el otorgamiento de significado de manera exagerada. Por supuesto que alcanzar un proceso de resocialización que modifique nuestra forma de abordar el tema es complicado, pero aún así es válido al menos buscar ser un poco más concientes de la construcción social de nuestra realidad. Dicho esto, intentaré ahora justificar mi opinión.

Como primer aspecto podemos abordar el origen natural de los días. Es cierto que existen movimientos planetarios que acusan el paso del tiempo y que producen cambios climáticos evidentes y cíclicos, lo que permite utilizarlos como referencia para establecer fechas. Esto es así porque al ser practicamente invariables permiten su uso como medidores temporales. Sin embargo, estas dependen del planeta que se habite: el día que colonizemos Marte, por ejemplo, ¿qué calendario usarán sus habitantes? Es plausible que terminen por establecer el suyo propio por ser más práctico, independizándose de la idea de "día terrestre", y relativizando aún más la medición del paso del tiempo.

Aquí es cuando encontramos el aspecto social; ya no el hecho de que los cambios ocurran, sino su aprovechamiento para beneficio humano como referencias temporales. Así, en nuestro planeta, es como celebramos una vez cada un año exacto los aniversarios. Simplemente porque evolucionamos en este determinado cuerpo celeste. Visto de este modo, el único mérito de cumplir años es haber sobrevivido un ciclo de traslación más, ya que incluso crecer es circunstancial, porque, si no creciéramos, probablemente (y esto según mi opinión) también celebraríamos los cumpleaños. La única otra posibilidad que justifique en contrario a esta teoría es que se esté demarcando una determinada fecha (la del nacimiento) como límite entre un proceso de maduración y otro. Esto significaría, sin embargo, que al celebrar esta fecha se le está otorgando una mayor cantidad de consecuencias de las que empíricamente conlleva, porque: a) no cambia nuestra personalidad en un solo día (existen situaciones en las que esto se puede propiciar, pero no son la excusa para un cumpleaños), b) dos personas pueden y de hecho tienen tiempos de maduración diferentes, por lo que la celebración del vígesimo cumpleaños de uno no significa que haya llegado al mismo punto de crecimiento que otro que festeja lo mismo; y c) se suele demostrar una alegría exagerada para un hecho que es tan intrascendental como efímero. Dejo de lado de esta humilde caracterización a toda aquella celebración que no se trate de conmemorar hechos pasados, por supuesto, como espero haya quedado claro en el título del artículo.

De todas formas, se puede aplicar a un sinnúmero de situaciones; otro ejemplo es el Año Nuevo, que si bien Gregorio y su ayudante pusieron un gran esfuerzo en coordinar el calendario con los ciclos lunares y planetarios, no es la única manera de establecer una fecha de Año Nuevo; sin ir más lejos, en China no cae en 1 de enero, al igual que, por ejemplo, en la religión judía. De este tema se desprende el de las promesas de año nuevo, las que, por más de que a algunas personas le sirva como arraigamiento de un sacrificio, no deberían en absoluto estar atadas al comienzo de un nuevo año que, como vimos anteriormente, es meramente casual y social. Pero no quiero adentrarme en este tema, ya que da mucho que hablar y no es el objeto del presente análisis.

Podría excusarse que es esta una visión demasiado seria, y que no comprende las implicancias sociales que se desprenden de las celebraciones: al caso, estas serían pensar en el otro, distenderse, regalar y recibir regalos. Por supuesto que todo esto es agradable, yo mismo lo disfruto sin ningún tipo de sensación de culpa ni hipocresía. Pero si son tan agradables, ¿por qué entonces necesita la sociedad tantas excusas para realizarlas? ¿por qué no pueden surgir de la espontaneidad? ¿por qué es necesario que existan mecanizmos artificiales que favorezcan estas situaciones? La respuesta parece sencilla: porque no son naturales. La solidaridad, la felicidad, la fruición no son sentimientos instintivos (aunque si necesarios) en el Hombre, pero como son funcionales a un sistema social que requiere que en sus miembros exista la ilusión de satisfacción para seguir funcionando (imagino como una sociedad en la que nadie se sienta al menos aparentemente feliz sería imposible de perpetuar). Así, mientras no seamos concientes de que nuestra felicidad es aparente, no podremos empezar a buscar la verdadera.

Por último, abandonando cuestiones como la anterior con tanta profundidad social y filosófica (no pretendo inmiscuirme en aguas en las que apenas comienzo a navegar) y retomando aspectos algo más frívolos de la vida cotidiana, se podría acotar que hoy ya ni siquiera existe el mérito de acordarse del cumpleaños de otro, porque hasta eso incluso ha sido mecanizado, por ejemplo por Facebook, al punto de que no es necesario siquiera pensar en el otro para saludarlo por su cumpleaños. Probablemente, en una sociedad tan individualista como esta (sin comenzar una comparación con tiempos pasados en los que no viví),  no haya mejor regalo de cumpleaños que llamar a alguien cualquier día excepto en su cumpleaños.

Para ir cerrando, soy conciente de que el paso de los años es tal vez la manera más práctica de medir el tiempo (una necesidad social humana), y no estoy en contra de ello. Sin embargo, consiedro que la sociedad debería estar más relajada con respecto al transcurso de los años viviendo sin estar tan atenta a ellos, y no atarse a convenciones sociales y depender de ellas para ser felices, sino buscar la propia felicidad individual (no egoísta, sino personal; la solidaridad ayuda a ser feliz). Así que si no me llaman en mi cumpleaños, no se preocupen, no me ofendo; pero invítenme por sorpresa un día de estos a tomar un café.



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31.5.10

Una teoría implícita

No sé bien por qué empecé a pensar en todo esto; existen dos posibilidades: o bien había estudiado mucho, por lo que estaba tranquilo en el examen y tenía tiempo para divagar; o no había estudiado nada en absoluto, por lo que no sabía qué escribir, y también tenía tiempo para divagar. Al caso es indiferente. La cuestión es que, observando las caras de mis compañeros, y mientras el tiempo se sucedía, me puse a pensar: ¿habrá alguna manera de deducir cómo le fue a alguien en un examen sólo con saber cuánto tiempo después de su comienzo se levantan y lo entregan? Si bien es una pregunta dispensable, una vez planteada me es inevitable responderla.

Hay que empezar por plantear que, por lo menos en mi experiencia, los profesores suelen proponer un tiempo mínimo, que puede variar entre los 5 y los 10 minutos. Esto suele tener la intención de que el alumno no se rinda sin siquiera "pegarle una ojeada" a las consignas. Esto no previene, empero, que cumplido este plazo algunos empiezen a retirarse sin luchar. Los primeros son definitivamente aquellos que no estudiaron -nadie que tenga una mínima idea se va sin  al menos intentar algo, y nadie que no sepa nada se queda engañándose a sí mismo-, y uno puede inferir su nota apenas se levantan: 1.

De ahí en más, se complica; dependerá mucho de la capacidad cognitiva de cada uno, relacionada con el razonamiento y la posibilidad de conectar ideas más rápidamente. Al igual que la velocidad de escritura, esta característica es individual y personal.

Así y todo, es posible notar una cierta regularidad. A partir de lo que sería el primer tercio (de la duración) del examen, los que se retiran deberían empezar a tener notar superiores a 4, es decir, aprobar; el siguiente escalón ocurriría alrededor del segundo tercio del examen, período en el que se encontrarán las notas más altas (7 en adelante); este sería el tiempo ideal, que rondaría los 60 minutos promedio (depende la materia). De ahí en más, los resultados comienzan a decrecer, llegando a un mínimo de, salvo casos exepcionales, 3, ya que es poco probable que después de haber presenciado el examen completo no se responda ni una sola consigna bien (según lo explicado en el segundo párrafo).

Dicho esto, la función de la nota según el tiempo de examen quedaría así:

Se puede también relacionar el tiempo de examen con el tiempo de estudio para el mismo. Podríamos decir que la función sería muy parecida a la anterior: proporcional hasta los 60´, pero el rendimiento estudio-examen decaería tras este límite. En lo que respecta a tiempo de estudio/nota -salvando los casos particulares que requieren de mayor o menor repetición para aprehender un concepto- la función agregada de la nota tenderá a ser lineal creciente: a más estudio, mejor nota.

Por supuesto, y para ir concluyendo, que este análisis está completamente basado en mi experiencia personal, y no fue corroborado jamás de ninguna manera en absoluto, por lo que es plausible que no sean más que divagues en un examen aburrido.

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27.5.10

Acerca de las promesas condicionadas

“Si me dan el laburo, me voy caminando hasta Lújan”, o “Si apruebo el examen, ordeno mi cuarto”, o incluso “Si salimos campeones, me paro desnudo en el Obelisco” ¿Quién no ha nunca dicho o escuchado decir una frase parecida a esas, una promesa? Afirmaciones que indican que en caso de cumplirse aquello objeto de nuestras más desesperadas súplicas, seríamos capaces de hacer prácticamente cualquier cosa en retribución, para saldar la deuda que nos quedaría con el destino. Sin embargo, existen ciertas peculiaridades en las que vale la pena enfocarse, para así poder comprender la verdadera significancia que se esconde tras estas promesas con condiciones.

Hoy en día uno suele prometer hacer algún tipo de sacrificio -algo que para cada quien se tratará de cosas diferentes según sus personalidades- en el caso de que “la vida”- representada en algún agente externo al individuo y sobre el que el “prometedor” no tiene capacidad coercitiva ni influencia algunas- nos dé, divinamente, algo antes. Este algo puede ser muy abarcativo, pero generalmente se trata de algún hecho de gran importancia para el punto de vista de los que lo ruegan. E, irónicamente, con frecuencia la promesa y el pedido suelen conformar acciones de características distantes y disímiles, tal vez incluso sin relación en absoluto entre sí, como los ejemplos citados anteriormente. Esta clase de negociación con los dioses no se originó, empero, en la sociedad postindustrial, sino que existe desde hace miles de años; las antiguas civilizaciones ya la empleaban sistemáticamente.

Podríamos afirmar que en la prehistoria existían ritos en los que se ofrendaba a los dioses sangre, en pos de que durante la siguiente temporada de lluvias el clima favoreciera a los cultivos. Incluso hasta hace relativamente poco ciertas culturas continuaban con estas prácticas: los mayas, por ejemplo, llevaban a cabo sacrificios humanos para acallar la ira de los dioses. Por supuesto que aquellas civilizaciones creían ciegamente en estas instituciones, y el valor que se le ponía a esas promesas de sacrificios era por tanto bastante mayor a la que se le da en el presente. La comparación entre ambos tipos de sacrificios es, al caso, inevitable.

La principal diferencia que podemos notar entre ambas costumbres reside en el tiempo ¿Cuándo, en cada caso, se hace la ofrenda, y cuándo se recibe la recompensa? En la Antigüedad, uno, generalmente un sacerdote, hacía el sacrifico, y luego esperaba que haya sido suficiente para contentar a su dios; primero cumplía su parte de la promesa, y en segundo lugar era la divinidad la que juzgaría si esta era apropiada y merecedora de su intervención. En la sociedad moderna sucede lo contrario. Para visualizarlo mejor, podríamos decir que aquel que promete se queda sentado, cruzado de brazos, esperando que su Dios se digne a cumplir sus demandas, so promesa de hacer a posteriori alguna ridiculez que probablemente poco le afecte a la entidad divina (como si le interesara ver a algún desequilibrado pararse desnudo en un espacio público). Evidentemente, vivimos en una sociedad bastante más cómoda, sumado a la pérdida de valores por los que valga la pena hacer un sacrifico –son tiempos de malestar e indiferencia, diría la sociología reflexiva- , y a una cuota de esnobismo, gracias a la cual cualquiera puede prometer hacer lo que sea para aparentar darle importancia a algo y luego, a pesar de haberlo conseguido, no cumplir con su parte de la promesa. Porque, y seamos honestos, “¿qué nos va a pasar si no nos atenemos a aquello con lo que nos habíamos comprometido? Después de todo, era una promesa para con nosotros mismos”. Este tipo de reflexiones son producto de la decadencia de la religión como universo simbólico y el advenimiento de los tiempos de la ciencia como máximo legitimador social. La ciencia es fáctica, no necesita de sacrificios, no se ve alterada por acciones externas a los sistemas, y menos aún cuando estas acciones no están ni por asomo relacionadas con el pedido en sí. Un dios benevolente podría llegar a compensarte con una buena nota en algún examen solo con ordenar tu cuarto, pero si a la ciencia no le es demostrado en que afecta una cosa a la otra, entonces “no hay con qué darle”.

Llevémoslo a un trabajo de la vida cotidiana. Por ejemplo, un cocinero. Imagínense que un cocinero se diga: “Si al cliente le gusta la comida que le preparé, entonces la preparo”. Esto es un claro despropósito. No se puede cosechar si antes no se sembró. No se puede recibir el beneplácito de una intervención divina, si antes no se hizo un sacrificio acorde a ello. Es imposible hacer el esfuerzo antes de obtener los resultados; y si bien uno nunca puede estar seguro que no se está esforzando (o sacrificando) al divino botón, esa es la única forma de al menos proponerle al destino que sopese nuestras intenciones y nos diga si fueron suficientes o no. Afortunadamente, ningún dios traerá sobre nosotros el fin del mundo por no sacrificar una cabra semanalmente. Por lo menos no por ahora.

En conclusión, la única forma de obtener los resultados es hacer el sacrificio por adelantado, y si al dios del fútbol, del trabajo o de los estudios universitarios/terciarios le satisfizo, tal vez (sólo tal vez) haya una posibilidad de tener éxito. Por supuesto que en una sociedad en donde lo sobrenatural cada vez tiene menos valor -por lo que los dioses no deben de estar de muy buen humor a la hora de cumplir ruegos- yo no pondría todos los huevos en la misma canasta: posiblemente sea más efectivo hacer un esfuerzo que esté cuanto menos relacionado con el objetivo; después de todo, no puedo cosechar manzanas si había sembrado naranjas. Por lo menos, no por ahora.


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24.5.10

El Hechizero y su Magia

Arthur Morley era un hombre normal. Normal, para una cultura capitalista contemporánea occidental; pero en pos de la simplificación, me referiré a él como normal. Tenía, además de una vida normal, una familia -esposa e hijos- y un trabajo lo suficientemente interesante como para sentirse realizado.
Un día, casi por casualidad, una de esas de la vida, se cruzó con un chamán vudú, tuvo un altercado con él, y este, en represalia, tomó al propio señor Morley como objeto de un maleficio. Como buen hombre normal, Arthur desestimó todo aquel palabrerío balbuceado por el moreno.
Esa noche, todavía sonriendo por el curioso encuentro, decidió comentárselo a su mujer. Al terminar el relato rió a carcajadas, pero Caroline Morley lo miró con seriedad. Ella no se tomaba esas cosas a la ligera; después de todo, habían sido muy significativas para alguna cultura del pasado. No le dijo nada en ese momento, pero a la mañana siguiente decidiría llevarse a sus dos hijos con su madre. Los tres se quedarían con la señora John Sanders hasta que Arthur solucionara aquella cuestión.
Agobiado tanto como sorprendido, el señor Morley sacó el tema a conversación con sus compañeros de trabajo. Pero todos ellos se reservaron sus comentarios, con rostros desde duditativos hasta atemorizados. Eventualmente su jefe le sugirió que, si bien él no creía en aquello, se tomara unos días para encontrar algún contramaleficio, porque en esas condiciones asustaba a los demás trabajadores y disminuía la productividad general.
En un pueblo chico como aquel, la curiosidad no tardó en transmitirse. Pronto le negaron la entrada al mercado, porque cuando se trata de comida la gente se toma las cosas muy en serio: no querían que llevase consigo la putrefacción a los alimentos; más valía prevenir que lamentar, decían. No mucho después lo relevaron de su cargo como administrador de las reuniones barriales, ya que la comunidad no confiaba plenamente en su posible desempeño. Dadas las circunstancias, cuestionaban su dedicación. En la calle, notaba él, lo trataban como a un muerto; o peor aún, como a un muerto vivo, induciéndolo a que completase su destino ineluctable.
Brutalmente separado de todos sus lazos sociales, el señor Morley fue perdiendo su identidad. Nunca terminó por perder la cordura, empero, frente al terror que sentía, y sin embargo tampoco estaba completamente mentalmente sano cuando empezó a pensar que estaba condenado.
Finalmente, ya no Arthur Morley sino sencillamente el Hechizado, comprobó que la integridad física no resiste la disolución de la personalidad social.


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22.5.10

Imagen Triste

Caminaba sola por el bosque. Llevaba su capa, sucia y raída por haberse enganchado numerosas veces en las puntiagudas ramas de aquellos interminables árboles, que crecían desordenados y desalineados sin rastro alguno de intervención humana. Ondeaban sobre la suave y helada brisa que acariciaba los altos troncos que disfrazaban ese camino, uno que supo algún día gozar de una trágica fama que para entonces ya pocos recordaban. Su capucha, roja como la capa, cubría sus delicados y lacios cabellos rubios, tan puros como sus pequeños labios y su hermosa piel blanca, que era protegida de la cruel ventisca por una larga pollera blanca que le llegaba hasta las sandalias. Estas se encontraban embarradas por el pedregoso camino, azaroso e indefinido en su mayoría, y por la fuerte tormenta que se había precipitado horas antes de su salida, hacía no más de un día, y que se había convertido en una suave llovizna que humedecía la antigua canasta de mimbre que había llenado con frutas antes de salir. Su madre se la había dado.

Se detuvo instantáneamente. Estaba nerviosa. Una lágrima mezcla de temor y tristeza nació de sus negros ojos y se confundió entre las gotas de la incesante lluvia que bañaba su rostro. Muy dentro suyo, a pesar de que no quería aceptarlo, sabía que había cometido un error. Había tomado el camino más corto, el que hacía un largo tiempo no se usaba. El más peligroso de los dos. Le habían dicho que no fuera por ahí, que no podría distinguir el camino del bosque, que terminaría por perderse. Y se había perdido. Sabía que los rumores que existían acerca de ese lugar bien podían no ser más que eso, rumores; pero ¿cómo estar segura? Tembló, pero esa vez no fue causa del miedo, sino por el creciente frío. Había comenzado a anochecer. Luego de que la luminosa silueta de la Luna se dibujara en el cielo negro, no tardó en escucharse el primer aullido. Entonces sí, el temblor fue por el miedo. Porque entendió que la historia del lobo era real. Cada vez lo oía aullar más fuertemente. Quedó inmóvil. Se maldijo con el sentimiento, porque no conocía ninguna mala palabra, ningún insulto con el cual profanar el silencio de ese hermoso anochecer, porque era completamente pura. En toda su corta vida sólo había cometido un pecado, obviar el consejo de su madre, tomar el camino corto. De repente, el salvaje lobo, criatura que aparentaba estar posesa por el demonio, apareció desde detrás de uno de los tantos árboles muertos que residían en ese tenebroso bosque. Se acercó sigilosamente, pensando con cautela su siguiente movimiento. Una rama se quebró cuando su fuerte pata se apoyó sobre ella. De un momento a otro, atacó.


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21.5.10

Aladino y la máquina del tiempo maravillosa

Una cuestión que para muchos puede resultar un tanto superflua o excesiva, pero que sin embargo me ha mantenido en vela muchas noches (no tantas, en realidad), es la que aparece, al pasar, casi imperceptible, en la peliculaAladdin”, de Disney (1992). No me malinterpreten, me encantó la pelicula, y no soy el único; gran parte de mi generación no dudaría en catalogarla como la mejor película de Disney. Pero hay un detalle que no puedo pasar por alto, y es que es también probablemente la película mas anacrónica de todos los tiempos.

Puntualmente me estoy refiriendo al momento del viaje en alfombra gica que realizan Jazmín y Aladín, al son de “Un mundo ideal”. Por supuesto que de lado voy a dejar el hecho de la existencia de una alfombra mágica -que no sólo tiene la capacidad de volar sino que además es poseedora de conciencia y uso de razón-, ya que no soy absurdo; acepto que es una historia de fantasía en la que hay magia, y disfruto con ello. Sin embargo, nunca se hacen menciones a la última hablidad oculta de la mencionada alfombra: su poder para viajar en el tiempo.

Recapitulemos: Aladín y Jazmín comienzan su viaje abordo de la alfombra en lo que asumo habrá sido alguna ciudad en el Imperio Otomano, actual Turquía, y partió hacia el Mediterraneo. Dejando de ladouna vez más- la imposibilidad física de que recorran las distancias que de hecho recorren esa noche en el tiempo en que lo hacen, tomémonos unos momentos para revisar los paisajes que visitan: Grecia, en donde ven lo que parece ser algún templo genérico, en perfectas condiciones de mantenimiento, las plantas y piletones impecables; y Egipto. Y si bien es posible aceptar la incongruencia que se presenta al proponer aquella vision idealizada de la Antigua Grecia, me es inadmisible evadir el suceso que precencian en Egipto: un tallador –un unico tallador, simplificando la tarea- esculpiendo la nariz de la Esfinge de Giza¿cuál es la fijación de cada uno que hace mención a esta estructura con contar una nueva versión de cómo se cayó la nariz? ¿Acaso todas las teorías que existen no son lo suficientemente interesantes?- ; una acción que, de haber tenido lugar tal cual como es representada en la película, habría sucedido 4000 años antes que lo que sería el apogeo del Imperio Otomano. Sin mencionar que para la Edad Media debe haber estado considerablemente deteriorada y cubierta parcialmente por arena. Por ende, la alfombra no viajaría solamente a una velocidad inconmensurablemente rápida -y sin embargo ninguno de sus tripulantes sufre el efecto de la inercia haciéndolo caer-, sino que también hacia atrás en el tiempoInexplicable.

Después de ese hecho de absoluta incongruencia temporal cuesta tomar la película como un fiel y veraz análisis sociocultural de las civilizaciones de Medio Oriente durante la Edad Media. Afortunadamente para mi disfrute personal, dudo que haya sido esa su intención.


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