31.5.10

Una teoría implícita

No sé bien por qué empecé a pensar en todo esto; existen dos posibilidades: o bien había estudiado mucho, por lo que estaba tranquilo en el examen y tenía tiempo para divagar; o no había estudiado nada en absoluto, por lo que no sabía qué escribir, y también tenía tiempo para divagar. Al caso es indiferente. La cuestión es que, observando las caras de mis compañeros, y mientras el tiempo se sucedía, me puse a pensar: ¿habrá alguna manera de deducir cómo le fue a alguien en un examen sólo con saber cuánto tiempo después de su comienzo se levantan y lo entregan? Si bien es una pregunta dispensable, una vez planteada me es inevitable responderla.

Hay que empezar por plantear que, por lo menos en mi experiencia, los profesores suelen proponer un tiempo mínimo, que puede variar entre los 5 y los 10 minutos. Esto suele tener la intención de que el alumno no se rinda sin siquiera "pegarle una ojeada" a las consignas. Esto no previene, empero, que cumplido este plazo algunos empiezen a retirarse sin luchar. Los primeros son definitivamente aquellos que no estudiaron -nadie que tenga una mínima idea se va sin  al menos intentar algo, y nadie que no sepa nada se queda engañándose a sí mismo-, y uno puede inferir su nota apenas se levantan: 1.

De ahí en más, se complica; dependerá mucho de la capacidad cognitiva de cada uno, relacionada con el razonamiento y la posibilidad de conectar ideas más rápidamente. Al igual que la velocidad de escritura, esta característica es individual y personal.

Así y todo, es posible notar una cierta regularidad. A partir de lo que sería el primer tercio (de la duración) del examen, los que se retiran deberían empezar a tener notar superiores a 4, es decir, aprobar; el siguiente escalón ocurriría alrededor del segundo tercio del examen, período en el que se encontrarán las notas más altas (7 en adelante); este sería el tiempo ideal, que rondaría los 60 minutos promedio (depende la materia). De ahí en más, los resultados comienzan a decrecer, llegando a un mínimo de, salvo casos exepcionales, 3, ya que es poco probable que después de haber presenciado el examen completo no se responda ni una sola consigna bien (según lo explicado en el segundo párrafo).

Dicho esto, la función de la nota según el tiempo de examen quedaría así:

Se puede también relacionar el tiempo de examen con el tiempo de estudio para el mismo. Podríamos decir que la función sería muy parecida a la anterior: proporcional hasta los 60´, pero el rendimiento estudio-examen decaería tras este límite. En lo que respecta a tiempo de estudio/nota -salvando los casos particulares que requieren de mayor o menor repetición para aprehender un concepto- la función agregada de la nota tenderá a ser lineal creciente: a más estudio, mejor nota.

Por supuesto, y para ir concluyendo, que este análisis está completamente basado en mi experiencia personal, y no fue corroborado jamás de ninguna manera en absoluto, por lo que es plausible que no sean más que divagues en un examen aburrido.

Ἓν οἶδα ὅτι οὐδὲν οἶδα

27.5.10

Acerca de las promesas condicionadas

“Si me dan el laburo, me voy caminando hasta Lújan”, o “Si apruebo el examen, ordeno mi cuarto”, o incluso “Si salimos campeones, me paro desnudo en el Obelisco” ¿Quién no ha nunca dicho o escuchado decir una frase parecida a esas, una promesa? Afirmaciones que indican que en caso de cumplirse aquello objeto de nuestras más desesperadas súplicas, seríamos capaces de hacer prácticamente cualquier cosa en retribución, para saldar la deuda que nos quedaría con el destino. Sin embargo, existen ciertas peculiaridades en las que vale la pena enfocarse, para así poder comprender la verdadera significancia que se esconde tras estas promesas con condiciones.

Hoy en día uno suele prometer hacer algún tipo de sacrificio -algo que para cada quien se tratará de cosas diferentes según sus personalidades- en el caso de que “la vida”- representada en algún agente externo al individuo y sobre el que el “prometedor” no tiene capacidad coercitiva ni influencia algunas- nos dé, divinamente, algo antes. Este algo puede ser muy abarcativo, pero generalmente se trata de algún hecho de gran importancia para el punto de vista de los que lo ruegan. E, irónicamente, con frecuencia la promesa y el pedido suelen conformar acciones de características distantes y disímiles, tal vez incluso sin relación en absoluto entre sí, como los ejemplos citados anteriormente. Esta clase de negociación con los dioses no se originó, empero, en la sociedad postindustrial, sino que existe desde hace miles de años; las antiguas civilizaciones ya la empleaban sistemáticamente.

Podríamos afirmar que en la prehistoria existían ritos en los que se ofrendaba a los dioses sangre, en pos de que durante la siguiente temporada de lluvias el clima favoreciera a los cultivos. Incluso hasta hace relativamente poco ciertas culturas continuaban con estas prácticas: los mayas, por ejemplo, llevaban a cabo sacrificios humanos para acallar la ira de los dioses. Por supuesto que aquellas civilizaciones creían ciegamente en estas instituciones, y el valor que se le ponía a esas promesas de sacrificios era por tanto bastante mayor a la que se le da en el presente. La comparación entre ambos tipos de sacrificios es, al caso, inevitable.

La principal diferencia que podemos notar entre ambas costumbres reside en el tiempo ¿Cuándo, en cada caso, se hace la ofrenda, y cuándo se recibe la recompensa? En la Antigüedad, uno, generalmente un sacerdote, hacía el sacrifico, y luego esperaba que haya sido suficiente para contentar a su dios; primero cumplía su parte de la promesa, y en segundo lugar era la divinidad la que juzgaría si esta era apropiada y merecedora de su intervención. En la sociedad moderna sucede lo contrario. Para visualizarlo mejor, podríamos decir que aquel que promete se queda sentado, cruzado de brazos, esperando que su Dios se digne a cumplir sus demandas, so promesa de hacer a posteriori alguna ridiculez que probablemente poco le afecte a la entidad divina (como si le interesara ver a algún desequilibrado pararse desnudo en un espacio público). Evidentemente, vivimos en una sociedad bastante más cómoda, sumado a la pérdida de valores por los que valga la pena hacer un sacrifico –son tiempos de malestar e indiferencia, diría la sociología reflexiva- , y a una cuota de esnobismo, gracias a la cual cualquiera puede prometer hacer lo que sea para aparentar darle importancia a algo y luego, a pesar de haberlo conseguido, no cumplir con su parte de la promesa. Porque, y seamos honestos, “¿qué nos va a pasar si no nos atenemos a aquello con lo que nos habíamos comprometido? Después de todo, era una promesa para con nosotros mismos”. Este tipo de reflexiones son producto de la decadencia de la religión como universo simbólico y el advenimiento de los tiempos de la ciencia como máximo legitimador social. La ciencia es fáctica, no necesita de sacrificios, no se ve alterada por acciones externas a los sistemas, y menos aún cuando estas acciones no están ni por asomo relacionadas con el pedido en sí. Un dios benevolente podría llegar a compensarte con una buena nota en algún examen solo con ordenar tu cuarto, pero si a la ciencia no le es demostrado en que afecta una cosa a la otra, entonces “no hay con qué darle”.

Llevémoslo a un trabajo de la vida cotidiana. Por ejemplo, un cocinero. Imagínense que un cocinero se diga: “Si al cliente le gusta la comida que le preparé, entonces la preparo”. Esto es un claro despropósito. No se puede cosechar si antes no se sembró. No se puede recibir el beneplácito de una intervención divina, si antes no se hizo un sacrificio acorde a ello. Es imposible hacer el esfuerzo antes de obtener los resultados; y si bien uno nunca puede estar seguro que no se está esforzando (o sacrificando) al divino botón, esa es la única forma de al menos proponerle al destino que sopese nuestras intenciones y nos diga si fueron suficientes o no. Afortunadamente, ningún dios traerá sobre nosotros el fin del mundo por no sacrificar una cabra semanalmente. Por lo menos no por ahora.

En conclusión, la única forma de obtener los resultados es hacer el sacrificio por adelantado, y si al dios del fútbol, del trabajo o de los estudios universitarios/terciarios le satisfizo, tal vez (sólo tal vez) haya una posibilidad de tener éxito. Por supuesto que en una sociedad en donde lo sobrenatural cada vez tiene menos valor -por lo que los dioses no deben de estar de muy buen humor a la hora de cumplir ruegos- yo no pondría todos los huevos en la misma canasta: posiblemente sea más efectivo hacer un esfuerzo que esté cuanto menos relacionado con el objetivo; después de todo, no puedo cosechar manzanas si había sembrado naranjas. Por lo menos, no por ahora.


Ἓν οἶδα ὅτι οὐδὲν οἶδα

24.5.10

El Hechizero y su Magia

Arthur Morley era un hombre normal. Normal, para una cultura capitalista contemporánea occidental; pero en pos de la simplificación, me referiré a él como normal. Tenía, además de una vida normal, una familia -esposa e hijos- y un trabajo lo suficientemente interesante como para sentirse realizado.
Un día, casi por casualidad, una de esas de la vida, se cruzó con un chamán vudú, tuvo un altercado con él, y este, en represalia, tomó al propio señor Morley como objeto de un maleficio. Como buen hombre normal, Arthur desestimó todo aquel palabrerío balbuceado por el moreno.
Esa noche, todavía sonriendo por el curioso encuentro, decidió comentárselo a su mujer. Al terminar el relato rió a carcajadas, pero Caroline Morley lo miró con seriedad. Ella no se tomaba esas cosas a la ligera; después de todo, habían sido muy significativas para alguna cultura del pasado. No le dijo nada en ese momento, pero a la mañana siguiente decidiría llevarse a sus dos hijos con su madre. Los tres se quedarían con la señora John Sanders hasta que Arthur solucionara aquella cuestión.
Agobiado tanto como sorprendido, el señor Morley sacó el tema a conversación con sus compañeros de trabajo. Pero todos ellos se reservaron sus comentarios, con rostros desde duditativos hasta atemorizados. Eventualmente su jefe le sugirió que, si bien él no creía en aquello, se tomara unos días para encontrar algún contramaleficio, porque en esas condiciones asustaba a los demás trabajadores y disminuía la productividad general.
En un pueblo chico como aquel, la curiosidad no tardó en transmitirse. Pronto le negaron la entrada al mercado, porque cuando se trata de comida la gente se toma las cosas muy en serio: no querían que llevase consigo la putrefacción a los alimentos; más valía prevenir que lamentar, decían. No mucho después lo relevaron de su cargo como administrador de las reuniones barriales, ya que la comunidad no confiaba plenamente en su posible desempeño. Dadas las circunstancias, cuestionaban su dedicación. En la calle, notaba él, lo trataban como a un muerto; o peor aún, como a un muerto vivo, induciéndolo a que completase su destino ineluctable.
Brutalmente separado de todos sus lazos sociales, el señor Morley fue perdiendo su identidad. Nunca terminó por perder la cordura, empero, frente al terror que sentía, y sin embargo tampoco estaba completamente mentalmente sano cuando empezó a pensar que estaba condenado.
Finalmente, ya no Arthur Morley sino sencillamente el Hechizado, comprobó que la integridad física no resiste la disolución de la personalidad social.


Ἓν οἶδα ὅτι οὐδὲν οἶδα

22.5.10

Imagen Triste

Caminaba sola por el bosque. Llevaba su capa, sucia y raída por haberse enganchado numerosas veces en las puntiagudas ramas de aquellos interminables árboles, que crecían desordenados y desalineados sin rastro alguno de intervención humana. Ondeaban sobre la suave y helada brisa que acariciaba los altos troncos que disfrazaban ese camino, uno que supo algún día gozar de una trágica fama que para entonces ya pocos recordaban. Su capucha, roja como la capa, cubría sus delicados y lacios cabellos rubios, tan puros como sus pequeños labios y su hermosa piel blanca, que era protegida de la cruel ventisca por una larga pollera blanca que le llegaba hasta las sandalias. Estas se encontraban embarradas por el pedregoso camino, azaroso e indefinido en su mayoría, y por la fuerte tormenta que se había precipitado horas antes de su salida, hacía no más de un día, y que se había convertido en una suave llovizna que humedecía la antigua canasta de mimbre que había llenado con frutas antes de salir. Su madre se la había dado.

Se detuvo instantáneamente. Estaba nerviosa. Una lágrima mezcla de temor y tristeza nació de sus negros ojos y se confundió entre las gotas de la incesante lluvia que bañaba su rostro. Muy dentro suyo, a pesar de que no quería aceptarlo, sabía que había cometido un error. Había tomado el camino más corto, el que hacía un largo tiempo no se usaba. El más peligroso de los dos. Le habían dicho que no fuera por ahí, que no podría distinguir el camino del bosque, que terminaría por perderse. Y se había perdido. Sabía que los rumores que existían acerca de ese lugar bien podían no ser más que eso, rumores; pero ¿cómo estar segura? Tembló, pero esa vez no fue causa del miedo, sino por el creciente frío. Había comenzado a anochecer. Luego de que la luminosa silueta de la Luna se dibujara en el cielo negro, no tardó en escucharse el primer aullido. Entonces sí, el temblor fue por el miedo. Porque entendió que la historia del lobo era real. Cada vez lo oía aullar más fuertemente. Quedó inmóvil. Se maldijo con el sentimiento, porque no conocía ninguna mala palabra, ningún insulto con el cual profanar el silencio de ese hermoso anochecer, porque era completamente pura. En toda su corta vida sólo había cometido un pecado, obviar el consejo de su madre, tomar el camino corto. De repente, el salvaje lobo, criatura que aparentaba estar posesa por el demonio, apareció desde detrás de uno de los tantos árboles muertos que residían en ese tenebroso bosque. Se acercó sigilosamente, pensando con cautela su siguiente movimiento. Una rama se quebró cuando su fuerte pata se apoyó sobre ella. De un momento a otro, atacó.


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21.5.10

Aladino y la máquina del tiempo maravillosa

Una cuestión que para muchos puede resultar un tanto superflua o excesiva, pero que sin embargo me ha mantenido en vela muchas noches (no tantas, en realidad), es la que aparece, al pasar, casi imperceptible, en la peliculaAladdin”, de Disney (1992). No me malinterpreten, me encantó la pelicula, y no soy el único; gran parte de mi generación no dudaría en catalogarla como la mejor película de Disney. Pero hay un detalle que no puedo pasar por alto, y es que es también probablemente la película mas anacrónica de todos los tiempos.

Puntualmente me estoy refiriendo al momento del viaje en alfombra gica que realizan Jazmín y Aladín, al son de “Un mundo ideal”. Por supuesto que de lado voy a dejar el hecho de la existencia de una alfombra mágica -que no sólo tiene la capacidad de volar sino que además es poseedora de conciencia y uso de razón-, ya que no soy absurdo; acepto que es una historia de fantasía en la que hay magia, y disfruto con ello. Sin embargo, nunca se hacen menciones a la última hablidad oculta de la mencionada alfombra: su poder para viajar en el tiempo.

Recapitulemos: Aladín y Jazmín comienzan su viaje abordo de la alfombra en lo que asumo habrá sido alguna ciudad en el Imperio Otomano, actual Turquía, y partió hacia el Mediterraneo. Dejando de ladouna vez más- la imposibilidad física de que recorran las distancias que de hecho recorren esa noche en el tiempo en que lo hacen, tomémonos unos momentos para revisar los paisajes que visitan: Grecia, en donde ven lo que parece ser algún templo genérico, en perfectas condiciones de mantenimiento, las plantas y piletones impecables; y Egipto. Y si bien es posible aceptar la incongruencia que se presenta al proponer aquella vision idealizada de la Antigua Grecia, me es inadmisible evadir el suceso que precencian en Egipto: un tallador –un unico tallador, simplificando la tarea- esculpiendo la nariz de la Esfinge de Giza¿cuál es la fijación de cada uno que hace mención a esta estructura con contar una nueva versión de cómo se cayó la nariz? ¿Acaso todas las teorías que existen no son lo suficientemente interesantes?- ; una acción que, de haber tenido lugar tal cual como es representada en la película, habría sucedido 4000 años antes que lo que sería el apogeo del Imperio Otomano. Sin mencionar que para la Edad Media debe haber estado considerablemente deteriorada y cubierta parcialmente por arena. Por ende, la alfombra no viajaría solamente a una velocidad inconmensurablemente rápida -y sin embargo ninguno de sus tripulantes sufre el efecto de la inercia haciéndolo caer-, sino que también hacia atrás en el tiempoInexplicable.

Después de ese hecho de absoluta incongruencia temporal cuesta tomar la película como un fiel y veraz análisis sociocultural de las civilizaciones de Medio Oriente durante la Edad Media. Afortunadamente para mi disfrute personal, dudo que haya sido esa su intención.


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19.5.10

El Angel Mentiroso

Escrito el 18 de Abril, en motivo de la finalización de la 14ª fecha del Troneo Clausura:

 Más allá del liderato alcanzado tanto (merecidamente) por Godoy Cruz y (con un poco más de fortuna ayer, al comienzo claramente superado por Colón) por Argentinos, el gran tema de discusión de esta fecha pasada, si bien no por el despido de Astrada, hecho que se anticipaba y cuyas circunstancias son meramente eventuales, por el sorpresivo nombramiento de Angel Cappa como futuro entrenador de River Plate. Si, sorpresivo principalmente porque en un país, por no decir un mundo, sensacionalista y triunfalista, ávido por encontrar referentes y símbolos entre la mediocridad del Fútbol (como institución social) actual, muchas veces se pierde noción de quién es un estratega nato y de quién atravieza nada más que un buena racha, y que ni siquiera sabe aprovechar. Esto es lo que nadie se anima a decir.  

No voy a empezar diciendo que era de esperarse que el Huracán de Cappa terminara por desinflarse de la manera en que lo hizo en el Apertura pasado, porque por supuesto eso es ya tiempo pasado y es difícil opinar sin que suene a "con el diario del lunes". Sin embargo, eso no significa que no podamos analizar lo sucedido para explicar este presente. En primer lugar, es hora de que alguien diga que el tiki-tiki de Huracán 2009 se debió, sin desmerecer por completo el trabajo del técnico, por supuesto, que es el que arma el sistema de juego, a la categoría de jugadores que tenía el plantel en ese momento, y no en absoluto al supuesto "paladar negro" o "paladar blanco" (nunca supe cuál es cuál) de Angel Cappa. Hagamos algo de historia: de todos los clubes en los que dirijió, dos veces salió campeón. Es un buen número. Sin embargo, en ninguno de ambos clubes (y prácticamente en ningún otro) logró mantenerse en el cargo más de una temporada. Esto indica que, tanto en el Universitario de Perú, en donde dirigió a grandes jugadores de esta camada peruana, como en el Mamelodi Sundowns de Sudáfrica, no fue el responsable de llevar al equipo por el proceso de construcción del juego y la estrategia. Él tan solo se dedicó a agarrar equipos armados, que ya venían haciendo campeonatos más que decorosos, y subirse al tren. Y esa no es justamente la situación en la que se encuentra River.

 Otro ejemplo siginficativo son sus pasos por Racing Club; los dos de ellos. En la primera oportunidad llegó al equipo de la mano de contrataciones millonarias que aportarían a la eventual quiebra del club: con jugadores de tanta categoría era imposible no jugar bien. Y jugó bien; no salió campeón. El recuerdo que quedó en los hinchas fue, a pesar de todo, mayormente positivo. Sin embargo, cuando regresó a la institución en 2003 la situación económica no era tan dulce como había aparentado en el `98, y su desempeño como entrenador se caracterizó por meterse atrás, cual "equipo chico", protestar constantemente ante los árbitros (práctica tan desagradable y poco humilde como común en el fútbol moderno) y echar la culpa de su nivel de juego sobre los demás. Eventualmente se precipitó su alejamiento del cargo; fue uno de los 5 técnicos que tuvo Racing aquel año. No es claramente uno que vaya a remontar cualquier equipo en la adversidad.  

 Sin embargo, su rendimiento en Huracán fue disitinto. Llegó cuando el club no estaba en su mejor momento, pero con un proyecto un poco más prolongado de lo que solía, logró armar un estilo de juego envidiable por todos. La pregunta que resta es: ¿por qué entonces, después de haber salido subcampeón con tanto "vuelo futbolístico", jugara el Apertura siguiente como lo jugó? ¿Por qué quien se convirtió en el supuesto mejor técnico del campeonato terminaría llendose de Huracán por la puerta de atrás, con un rendimiento paupérrimo? La respuesta, la única respuesta, que se llega a formular es evidente: porque se fueron los mejores jugadores. Para otro momento quedará el análisis de la política de préstamos relámpago y ventas desesperadas que de a poco fueron consumiendo al fútbol argentino. En este momento la única deducción que queda por hacer es que si cuando los tres jugadores figura, eventualmente se iría alguno más, dejan al equipo, Cappa no puede hacer nada para mantener el nivel de juego, entonces no era Cappa el que lo hacía jugar bien. No era Cappa el salvador, así como tampoco será el salvador de River. Solo atinó a estar en el lugar correcto, en el momento correcto.  

Otro tema son también sus complejos de Dios, prepotencia y soberbia. Ninguno de ellos la ayudarán a darse cuenta de que la única forma de explotar sus conocimientos es partiendo de la base de que no es el dueño de la verdad ni siempre tiene la razón, menos todavía sólo porque algunos se la den. Como dijo Herodoto hace miles de años: "Las circunstancias controlan a los hombres; los hombres no controlan las circunstancias". Angel Cappa cree que controla las circunstancias, pero en realidad solo tuvo la fortuna de cruzarse con ellas.

Ἓν οἶδα ὅτι οὐδὲν οἶδα