22.5.10

Imagen Triste

Caminaba sola por el bosque. Llevaba su capa, sucia y raída por haberse enganchado numerosas veces en las puntiagudas ramas de aquellos interminables árboles, que crecían desordenados y desalineados sin rastro alguno de intervención humana. Ondeaban sobre la suave y helada brisa que acariciaba los altos troncos que disfrazaban ese camino, uno que supo algún día gozar de una trágica fama que para entonces ya pocos recordaban. Su capucha, roja como la capa, cubría sus delicados y lacios cabellos rubios, tan puros como sus pequeños labios y su hermosa piel blanca, que era protegida de la cruel ventisca por una larga pollera blanca que le llegaba hasta las sandalias. Estas se encontraban embarradas por el pedregoso camino, azaroso e indefinido en su mayoría, y por la fuerte tormenta que se había precipitado horas antes de su salida, hacía no más de un día, y que se había convertido en una suave llovizna que humedecía la antigua canasta de mimbre que había llenado con frutas antes de salir. Su madre se la había dado.

Se detuvo instantáneamente. Estaba nerviosa. Una lágrima mezcla de temor y tristeza nació de sus negros ojos y se confundió entre las gotas de la incesante lluvia que bañaba su rostro. Muy dentro suyo, a pesar de que no quería aceptarlo, sabía que había cometido un error. Había tomado el camino más corto, el que hacía un largo tiempo no se usaba. El más peligroso de los dos. Le habían dicho que no fuera por ahí, que no podría distinguir el camino del bosque, que terminaría por perderse. Y se había perdido. Sabía que los rumores que existían acerca de ese lugar bien podían no ser más que eso, rumores; pero ¿cómo estar segura? Tembló, pero esa vez no fue causa del miedo, sino por el creciente frío. Había comenzado a anochecer. Luego de que la luminosa silueta de la Luna se dibujara en el cielo negro, no tardó en escucharse el primer aullido. Entonces sí, el temblor fue por el miedo. Porque entendió que la historia del lobo era real. Cada vez lo oía aullar más fuertemente. Quedó inmóvil. Se maldijo con el sentimiento, porque no conocía ninguna mala palabra, ningún insulto con el cual profanar el silencio de ese hermoso anochecer, porque era completamente pura. En toda su corta vida sólo había cometido un pecado, obviar el consejo de su madre, tomar el camino corto. De repente, el salvaje lobo, criatura que aparentaba estar posesa por el demonio, apareció desde detrás de uno de los tantos árboles muertos que residían en ese tenebroso bosque. Se acercó sigilosamente, pensando con cautela su siguiente movimiento. Una rama se quebró cuando su fuerte pata se apoyó sobre ella. De un momento a otro, atacó.


Ἓν οἶδα ὅτι οὐδὲν οἶδα

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