Albert Einstein diría que todo es relativo, y nada es absoluto, incluso la velocidad que concebimos del tiempo: si lográramos viajar a la velocidad de la luz, el tiempo se volvería infinito, y con una sola exhalación nuestra, millones y millones de años pasarían, y todo lo que conocemos de la existencia habría de desaparecer. Sin embargo existe otra teoría; es cierto que tal vez menos científica y más filosófica, pero válida de todas formas. En ella la velocidad del tiempo se torna indiferente; lo crucial, lo verdaderamente significativo es que, independientemente de su velocidad, el tiempo siempre avanza, siempre está en movimiento, y no puede ser detenido, porque si así lo fuera, dejaríamos de pensar en él.
El tiempo es el que permite que sucedan los cambios; de hecho, el tiempo es el único culpable de que las cosas cambien, el tiempo es cambio inevitable. Y si algo no puede evitarse, si algo no puede cambiarse, entonces es como si ya hubiese sucedido. ¿Cuánto tiempo tardan en transcurrir diez años? No importa, porque, pase lo que pase, si eso va a llegar inevitablemente, entonces ya sucedió, y no vale la pena preocuparse por ello. Los momentos no se perpetúan, sino que se suceden uno al otro, irrefrenablemente. Por ende, la velocidad del tiempo es inmediata.
Y aquello inevitable, que el correr del tiempo no puede afectar, ajeno al ineluctable cambio que conlleva el tiempo, está, necesariamente, fuera del tiempo mismo, es "eternamente inmediato", como la muerte, ¡desdicha fuerte!. Por más que intentemos aplazarla, es ineludible; cualquier duda se aplaca tan solo con preguntarle a la Europa posterior a la Peste Negra... Por más trágico que suene, desde que nacemos no estamos muriendo, sino que estámos ya directamente muertos. Ahora, es sabiendo esto como podemos entender que nuestra percepción de la muerte si puede mutar, y podemos usar esto para enriquecer nuestras vidas.
Mefistófeles.-Ningún deleite le satisface, ninguna dicha le llena, y así va sin cesar en pos de formas cambiantes. El último, el mísero, el vano momento ansía retenerlo ese infeliz. Aquel que tan tenaz resistencia me opuso, queda dominado por el tiempo: el viejo yace ahí en la arena. Párase el reloj...
El coro.-¡Se para! Callado está cual la medianoche. Cae la manecilla.
Mefistófeles.-Cae; todo está consumado.
El coro.-Se ha acabado.
Mefistófeles.-¡Acabado! ¡Necia palabra! ¿Por qué acabado? Acabado y pura nada son exactamente lo mismo. ¿Para qué nos sirve, pues, el eterno crear? Para reducir a la nada lo creado. ¡Conque acabado! ¿Qué se ha de argüir de eso? Es como si ello no hubiese jamás existido, y, sin embargo, circula cual si existiese. En su lugar, prefiriera yo el vacío eterno. (von Goethe, Johann W., en Fausto, 2da. parte acto quinto, Ed. Altaya, Barcelona, 1994).
Por último, y para terminar de entender esta concepción, valdría la pena definir al tiempo, y tal vez la forma más clara y sencilla de hacerlo sea con una metáfora: porque el tiempo no es la arena cayendo (inapresible, inaprehendibe, incomprensible, porque todo eso no está sucediendo, si no que por ser inevitable ya sucedió), sino darle la vuelta al reloj, y darse realmente cuenta de toda la arena que ya había caído. Así, todo lo que vivimos es pasado, desde las infinitésimas de segundo que tarda la luz en rebotar desde los rostros de nuestros conocidos hasta nuestros ojos, hasta los millones de años que la luz de lejanas estrellas tarda en recorrer las galaxias hasta nuestro planeta. ¿Cuánto tiempo falta para descubrirnos sopesando las decisiones de nuestras vidas? ¿o recordando hechos remotos que en algún momento creíamos que nunca jamás llegarían?
El taoísmo zen tiene una teoría interesante: según ella, no somos lo que queremos ser ahora, sino lo que buscábamos ser en el pasado. De esta manera, podemos intentar vivir el futuro desde el presente, para tomar decisiones de las que, llegado ese momento inevitable, no arrepentirnos. Propongo, para cerrar, una reflexión que me pareció significativa; si bien sacado de contexto, vale la pena tenerlo en cuenta. Forma parte del discurso de una relativamente nueva corriente sociológica, la sociología reflexiva:
"...los hombres deben aceptar como auténticos sus talentos específicos, sus variadas ambiciones y su experiencia en el mundo. [...] Cuando hombres comunes y grandes consigan esto, unos y otros comprenderán que el valor de su contribución humana basta para justificar sus vidas." (Gouldner, Alvin; "La sociología reflexiva", en La crisis de la Sociología Occidental, Cap. 13, Ed. Amorrutu, BS. As., 1970)
"...El sentido trágico no deriva del sentimiento de que los hombres están siempre por debajo de lo que la historia y la cultura exigen; deriva, más bien, del sentido de que se han traicionado innecesariamente a sí mismos, que han renunciado innecesariamente a realizaciones que no habrían perjudicado a nadie; deriva del sentido de que han sido menos de lo que podrían haber sido...". (Ídem)*
Ἓν οἶδα ὅτι οὐδὲν οἶδα
*El texto original no citaba estos últimos tres elementos en el orden en que se enumeran en mi cita; me tomé la libertad de modificarlo para concederle un poco más de teatralidad (N. del R.).
1 comment:
Muy buen análisis y excelentes reflexiones...un placer leer una mente que discierne con tanta claridad .Gracias
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